Por Ricardo Flores:
Asu mecha! 2025
La reciente actuación de México en los Panamericanos Junior no es un simple tropiezo ni una mala racha; es la radiografía definitiva de un sistema deportivo en estado de coma terminal, sostenido artificialmente por unos pocos parches y una inmensa fuga de talentos. El mensaje que envían estos Juegos es claro y brutal: en México, el deporte de alto rendimiento, salvo contadísimas excepciones, ya no se desarrolla. Se exporta.
El caso de los atletas que triunfan entrenando en Estados Unidos no es una anécdota motivacional; es la más severa de las condenas. Es la prueba de que la materia prima existe. Jóvenes con talento, disciplina y hambre de gloria sobran. Lo que no existe es el ecosistema para transformar ese diamante en bruto en una joya pulida. Cuando un deportista mexicano alcanza la élite, la pregunta obligada ya no es «¿en qué club o equipo entrena?», sino «¿en qué universidad de Texas o California recibió una beca?».
Esto revela la bancarrota total del modelo. El Estado mexicano, a través de la CONADE y las federaciones, ha externalizado de facto la formación de sus mejores prospectos. Le cedió la responsabilidad al sistema universitario estadounidense, que sí ofrece instalaciones, entrenadores calificados, competencia constante y una estructura que valora el rendimiento por encima de los compadrazgos. México se limita, en el mejor de los casos, a recoger los frutos ya maduros, a apropiarse de atletas formados por otros entrenadores/as (emergentes en su mayoría) a firmar convenios de último momento a puerta cerrada para que esos atletas vistan la verde, blanca y roja en justas internacionales. Es un país que abandonó la siembra para dedicarse a la cosecha ajena.
La Isla de la Marcha: Un espejismo en un desierto estéril
Y luego está el caso de la marcha. Con una observación precisa, necesaria y que corta como un navajazo. La marcha sobrevive no gracias al sistema, sino a pesar de él. Es el último reducto de un trabajo serio que se hizo hace décadas, un árbol viejo y resistente cuyas raíces son tan profundas que ni la corrupción ha logrado secarlo del todo. Es el legado de una escuela, de un método y de una cultura de esfuerzo permanente que se transmitió de generación en generación. Faltó metodología y compartirla.
Hoy en día ese bastión está bajo asedio: la de los parásitos institucionales que, al ver un éxito que no construyeron, al agenciarse logros ajenos, corren a apoderarse del presupuesto, a «rascar» su parte, a colocar a sus allegados y a convertir una disciplina de excelencia en su feudo personal. El (MAL) ejemplo fue un ex atleta olímpico y su cohorte que no pudieron drenar al sistema es todo un milagro menor, un accidente en la larga historia de saqueo. Si lo hubieran logrado, hoy la marcha mexicana sería solo un recuerdo glorioso, otro cadáver más en el panteón del deporte nacional.

Esta es la trágica paradoja: el único deporte que produce medallas de manera consistentemente autóctona es también el que sufre el acoso más feroz de los caciques que ven en el éxito ajeno una oportunidad de enriquecimiento. Sobrevive por la terquedad de sus atletas y entrenadores, que han creado una micro-cultura de resistencia dentro de la podredumbre macro.
Para abrir el debate
La reflexión es amarga pero necesaria. México ya no es una fábrica de atletas; es una mina a cielo abierto de donde otros países extraen el talento en bruto para luego procesarlo y beneficiarse de él. El «éxito» deportivo mexicano en el medallero es, en gran medida, una ilusión contable: son medallas logradas con recursos, formación y estructura extranjeras. Encima los dinosaurios mexicanos haciéndose los jefes. (aún) cuando toda la culpa o la mayoría la han tenido ellas y ellos, desde sus sillitas, desde sus puestos sexenales: Manga de corruptos/as
El sistema deportivo nacional no está roto; está vaciado. Es una cáscara hueca donde sobreviven la corrupción, el nepotismo y la ineptitud. Los jóvenes atletas inteligentes lo saben. Su sueño ya no es entrar a la CONADE; su sueño es obtener una beca para irse. Y quien se queda, se enfrenta a una carrera cuesta arriba, con herramientas obsoletas y la sombra de los funcionarios que ven en su potencial no una gloria nacional, sino una oportunidad de rascar su propio presupuesto.
México no necesita más atletas héroes que superen las adversidades del sistema. Necesita dejar de tener un sistema que sea una adversidad para sus atletas. Mientras eso no cambie, la diáspora será la única opción viable, y el deporte mexicano será, en esencia, un producto de importación.
